El Mercurio
31 de mayo de 2016
«Me voy a quedar con el vaso medio lleno», dijo Hermann von Mühlenbrock, presidente de la Sofofa, después del discurso del 21 de mayo, valorando el reconocimiento de que sin crecimiento no hay desarrollo social. Varios analistas, empresarios y dirigentes sociales tuvieron la misma reacción. Por esta razón conviene revisar las señales que desde La Moneda están reflejando la búsqueda de un nuevo enfoque para retomar el camino del crecimiento.
Hay que comenzar reconociendo que los gobiernos ejecutan sus programas dentro de ciclos económicos y procesos sociales que tienen dinámicas independientes del período presidencial. Por ejemplo, el entorno económico del país comenzó a cambiar en 2013 sin que el gobierno de la época se percatara; la Nueva Mayoría hizo una proyección económica demasiado optimista; y el 62% que obtuvo Bachelet en la segunda vuelta provocó un entusiasmo que alejó a su equipo de la realidad. El resultado de esta seguidilla de errores fue lo que Eyzaguirre llamó la «vorágine de reformas» que generaba «excesivos conflictos».
Recién a mediados de 2015 se produjo el sinceramiento en las cuentas fiscales, y desde marzo de este año el Gobierno ha instalado la productividad como un eje central de la política pública. Y a partir de ello, está promoviendo una nueva convergencia entre los actores para impulsar el crecimiento y la transformación productiva. Por eso no es casual que la Presidenta haya decidido jugar un rol activo en este proceso, dedicando parte significativa de su agenda a estas materias, lo que también se reflejó en el discurso del 21 de mayo.
En la consolidación de esta nueva fase de convergencia y de pacto social se está forjando el progreso futuro del país. Para tener éxito en este desafío se debe tener en cuenta los riesgos que se enfrentan.
Primero, está el riesgo de restringir los contenidos de esta nueva fase a algunas medidas puntuales, sacadas de las agendas de productividad del Gobierno, de la comisión a cargo de Joseph Ramos o la de la CPC. Son todas buenas ideas, pero la clave para seguir llenando el vaso está en mejorar la calidad de la gestión de lo que ya se hace. Rodrigo Valdés reconoció que existe un déficit en esta materia cuando señaló que los ministros «gastamos mucho más tiempo en la gestión política… que en la gestión interna para que las cosas funcionen bien».
De ahí que la Presidenta anunciara que todas las iniciativas de ley del Ejecutivo tendrán una evaluación de su impacto sobre la productividad, lo que justifica que se vea el vaso medio lleno. Pero los gobiernos deben evaluar cada peso de recursos públicos que gastan.
Además, en todas las experiencias de crecimiento se encuentra un equipo de profesionales altamente competente, comprometidos con la labor pública, que funciona con criterios de largo plazo. Durante los años del entusiasmo por el alto precio del cobre desatendimos este factor humano. En una nueva fase tendremos que avanzar gradualmente para conformar este grupo de líderes intermedios en el sector público.
Segundo, el cambio que está proponiendo el Gobierno no implica reemplazar un enfoque ideológico por otro. Se trata más bien de dejar la ideología en un segundo plano y asumir que el crecimiento se logra con una alta dosis de pragmatismo.
Si bien las iniciativas estratégicas del Gobierno identifican certeramente las brechas que se deben cerrar, a la hora de pasar a las acciones concretas surgen las dificultades. Nadie discute que los diagnósticos han sido correctos, pero también es evidente que no han tenido la capacidad para liderar la transformación productiva, que exige prioridades e iniciativas bien definidas y acotadas.
Por esta razón, el «pacto por un crecimiento que se sostenga en el tiempo» que planteó la Presidenta se debe reflejar en criterios y acciones concretas, o será una quimera carente de relevancia. Probablemente hay que optar por un enfoque más sectorial y local para validar prioridades e impulsar las respectivas acciones que deben acompañarlas.
Tercero, el cambio que está buscando La Moneda supone un estilo diferente en los ministerios encargados de liderar la agenda. Hoy predomina una práctica en que las decisiones se toman en círculos cerrados «desde arriba», que asumen que saben mejor lo que el país necesita. Este ha sido un error recurrente de muchos gobiernos y el actual no es una excepción.
El nuevo estilo debe lograr un balance entre las iniciativas que surgen «desde abajo», con las orientaciones generales que vienen «desde arriba». Esto supone más diálogo y participación. La Presidenta señaló «que estas convergencias que estamos promoviendo entre los actores de la economía requieren de confianza», que esta «se recupera abriendo espacios efectivos de participación» y que «el diálogo social es clave para combinar crecimiento e inclusión».
En síntesis, la decisión del Gobierno de instalar una nueva etapa para impulsar el crecimiento es plenamente coherente con las circunstancias que viven el país y el mundo. Las señales desde La Moneda revelan que hay una ventana de oportunidad: el vaso está medio lleno. Lo anterior es una enorme responsabilidad para los equipos ministeriales, los dirigentes empresariales y sindicales, así como también para las organizaciones de la sociedad civil.
LA DECISIÓN DEL GOBIERNO DE INSTALAR UNA NUEVA ETAPA PARA IMPULSAR EL CRECIMIENTO ES COHERENTE CON LAS CIRCUNSTANCIAS QUE VIVE EL PAÍS.
Fuente: El Mercurio, 31 de mayo de 2016